jueves, 14 de octubre de 2010

Suspensión voluntaria de la incredulidad. ¿O involuntaria?

Disfrutar de una obra de ficción implica el cumplimiento de un contrato entre dos partes. El proveedor plantea una historia, unos personajes y un mundo imaginario al cliente, y éste, aceptará lo que el proveedor le ofrezca, siempre y cuando no exceda ciertos límites.

Parece un trato sencillo, pero en realidad este negocio presenta un factor de ambigüedad tremendo. Esos límites no son fijos, son una frontera móvil que cambia de persona a persona. De aquí proviene la imposibilidad de hacer una película que implique emocionalmente a todo el mundo sin excepción. Siempre existirá alguien a quien una ficción en particular no atrape. Para ese individuo, la película no será solo deficiente, sino completamente inservible como pasatiempo, porque ni siquiera habrá logrado con él lo mínimo que le pedimos al cine: Que nos transporte. Puede que el viaje no nos agrade, pero por lo menos hemos de sentir movimiento.

No sé si alguna vez habéis visto niños ante un espectáculo de marionetas. Son los niños que tienen la edad justa para comprenderlo, y a la vez para creérselo, los que más disfrutan. Conectan de la forma más íntegra posible. Tan estrecha es su participación y tan concentrada está su atención, que es casi sobrenatural. Yo diría que es su modelo mental lo que les permite integrarse con ese tipo de ficción. A un nivel tan elevado, tan increíblemente estrecho, que ningún adulto puede aspirar a alcanzarlo con ninguna obra artística si no es a través del delirante filtro de la psicosis aguda.

¿Hemos de suponer que se prestan a ello? ¿Es una suspensión voluntaria de incredulidad? ¿O es que realmente confunden realidad y ficción? Si realmente ocurre esto último, tampoco es tan grave. Ya sabemos que los niños viven en un mundo muy particular que mezcla nuestro mundo con el de su imaginación. En adultos esto sería poco recomendable, porque sería análogo a la enfermedad mental que he mencionado antes.

Dicho esto, tal vez suene sorprendente la afirmación de que, en realidad, sí hay una manera, una única manera para que el público se entregue totalmente a un espectáculo ficticio como lo hace un niño con las marionetas. O más si cabe. Se trata, ni más ni menos que del Engaño: La más vieja de las formas de ficción.

Se trata de hacer creer al público que lo que ve, es real, no ficción. Parece difícil, pero en realidad es lo más fácil del mundo: Solo es necesario no cumplir con ningun convenio conocido en el que se estipule "el contrato" que he descrito en el primer párrafo. Simplemente, hay que hacer que el espectador se encuentre inmerso en la ficción de improviso, sin advertencias de ningún tipo sobre lo que va a experimentar. Para el cliente, es como si no hubiera contrato alguno, aunque siga siendo válido para el proveedor.

Paradójicamente, este método funciona a la perfección para destruir por completo el problema de los límites. El proveedor puede excederse todo lo que quiera, que la burbuja de fantasía no explotará. Curiosamente, el hecho que el público asuma el espectáculo como una realidad, proporciona estas extrañas libertades. Es al utilizar esta metodologia cuando los hechos más increíbles pasan por completamente digeribles para el espectador, por ilógicos o improbables que sean.

Resulta que en estos tiempos, en los que el valor de la ficción a caído en picado y que solo se sostiene mediante el proteccionismo, es cuando se recurre a esta táctica. Ahora el público se ha polarizado extremadamente: O bien es un gourmet con el paladar bien entrenado y sensible o bien es un consumidor compulsivo sin criterio a quien solo le van los sabores fuertes. En ambos casos tenemos a gente tan habituada a los recursos narrativos tradicionales que captar su atención es una heroicidad.

Ahora, la televisión, o como lo llamamos en casa, "el generador de vergüenza ajena", ha decidido que, para máxima eficiencia económica, debe dirigirse a un público a quién la ficción tradicional no llegaría nunca, emotivamente hablando. Y sin embargo, necesita que el producto siga siendo ficción, por que, como todos sabemos, la ficción se puede controlar y la realidad no.

Se nos presenta aquí un escenario con lo siguientes actores: Por un lado tenemos a la televisión, cuyos productos no son los espacios audiovisuales que emite, sino los ojos. Los ojos de la audiencia, los minutos de atención que logra captar. Recolectan atención, son pescadores de mentes. Por otro lado tenemos a los anunciantes, que necesitan de esa atención para que se note la existencia de sus productos industriales sobre las repisas de los comercios. Si no salen en la tele, no son.

Finalmente, tenemos el nexo de unión de todo esto, la verdadera materia prima de la televisión. Los espectadores. Ellos no son el destinatario de producto alguno, ellos son el producto.

Ahora, pongámonos en las botas de la televisión, por desconcertante que nos parezca este ejercicio mental. Lo que vemos es que el espectador perfecto es aquel en el que el efecto del anuncio sea mayor. Es decir, que produzca una necesidad mayor de consumir el producto anunciado. El mejor espectador es el que mete dinero en los bolsillos de nuestros anunciantes (los clientes de la tele) yendo a comprar sus productos.

Para atraer la atención del espectador perfecto debemos, como televisión, adaptar nuestra parrilla a los gustos y expectativas de éste. Resulta que si nuestro espectador perfecto no aprecia ni entiende la ficción tradicional, deberemos sustituirla por otra cosa. Si a nuestro espectador perfecto las series le aburren soberanamente, si no siente empatía por ningún personaje de ficción y se la trae al pairo su destino, porque no es "de verdad", si no entiende la narrativa de las series ni de las películas, y se le escapan los recursos tradicionales que se usan en las obras filmadas, es que ese tipo de contenidos ya no valen.

Sin embargo, es muy difícil renunciar el entorno de la ficción como fuente de emociones, porque es totalmente controlable y se puede ajustar según su éxito o fracaso. Si a nuestro espectador perfecto solo le emociona lo que es real, lo que les ocurre a personas reales, y las traemos al plató, tendremos verdaderos problemas para controlarlos. Y es que la regla número uno de la tele es que nada de lo que sucede en el plató es espontáneo.

Solo hay una solución posible. La única manera de ofrecer realidad que se pueda controlar al espectador es emitiendo falsa realidad. Es, en efecto, un guiñol para adultos. Se trata de un espectáculo guionizado que pasa por ser real. A partir de aquí, a los personajes se les consideran "personas", el argumento se denomina "asunto". Los diálogos se interpretan como "debate" o "discusión" y sus peripecias pasan a ser "experiencias".

Curiosamente, las experiencias relatadas son muchísimo menos interesantes que las de la propia ficción. De hecho, son abismalmente estúpidas, pero una vez puesta la etiqueta de "esto es real" parece como si mágicamente toda la atención de los espectadores se concentrara en el mismo punto. Y todo esto con un gasto de recursos mínimo.

La televisión se ha vuelto hipereficiente. Saben exactamente que pez quieren atrapar, conocen los mejores caladeros y tienen el cebo adecuado. Aquí no hay ningún problema con las mediciones de audiencia, dejemos ese debate estéril y reconozcamos que ha habido un evolución conducida por una selección natural. Han sido las características del medio las que han modelado su contenido.

Mientras tanto, contemplemos fascinados las reacciones emotivas y entregadas de los espectadores de los "realities" ante lo que desfila ante sus ojos, análogas a aquellas de los niños de preescolar ante el guiñol. Suspensión involuntaria de la incredulidad.

sábado, 28 de agosto de 2010

"Semanalmente" es relativo

Vaya por Dios, me ha vuelto ha ocurrir. Yo quería darle una dedicación semanal a este blog y se me ha vuelto a pasar, no una, si no dos y tres veces. El tiempo se escabulle como la arena entre mis dedos. Debe tener que ver con las secuelas de mi accidente de caza, lo cual se añade a mi lista de handicaps. Otra de esas secuelas es la procastinación, enfermedad endémica entre los jóvenes de treinta años para arriba. Ojalá tuviera la constancia y perseverancia que tiene, por ejemplo, Belén Esteban, que, con una dedicación contumaz, logra copar todas las horas de televisión que puede. Admirable ejemplo.

Como solución barata a esta infame desidia, voy a condensar en un post las dos cosas interesantes que me han venido a la cabeza estas últimas semanas:

1. Ovnis en los índices bursátiles.
En este artículo con el bizarro título de Empresa especialista en datos del mercado de valores identifica las huellas de robots-brokers (está en inglés), se aprecia el fenómeno típico del avistamiento OVNI. Cuando se ve algo que no se puede comparar con ningún patrón establecido, no faltan nunca las teorías más rocambolescas para explicarlo. En este caso, el análisis concienzudo de un solo día de cotizaciones en la bolsa de Nueva York desvela señales extrañas. Inversores que realizan peticiones de compra/venta en espacios de milisegundos. La visualización gráfica de estos me recuerdan a las señales de sonido digital sintetizado. Claramente, se trata de software que invierten en bolsa basándose en algoritmos matemáticos. Esto ya se conocía, pero estos comportamientos de milisegundo o segundos de duración no son productivos en absoluto. Son llamativos porque no parecen conducir a ningún beneficio aparente. A partir de aquí las elucubraciones empiezan a surgir en los comentarios de la noticia, a cada cual más extraña. Yo distingo dos tipos, basándome en mi experiencia como divertido espectador del fenómeno OVNI y del comportamiento derivado de éste. A saber:

La hipótesis inmanente: En la cuál el fenomeno surge de forma consustancial a la propia naturaleza del mercado de valores. La teoría del caos nos dice que ciertos patrones regulares acaban emergiendo del cúmulo de transacciones bursátiles de forma totalmente espontánea. El problema de esta hipótises es que estos patrones nunca serian microscópicos comparados con el resto de transacciones. Si vieramos patrones analizando 8 meses de cotizaciones me inclinaría por esta opción, porque los patrones serían una especie de "macro-efecto", por así decirlo, resultado de todo el complejo sistema bursátil. Pero no es así.

La teoría de la conspiración: En la que unos aviesos ingenieros de software lanzan "ruido" al espacio de las transacciones bursátiles para despistar a otros "robots". Buscan distorsionar las lecturas que estos hacen para que realicen inversiones equivocadas y así ganar una ventaja competitiva. Tampoco parece muy factible que sea esto, pues la duración de estas distorsiones es limitadísima y aislada comparado con el oleaje resultante de todo este mar de valores intercambiados durante todo un día. Para distorsionar habría que hacerlo de forma continuada y de forma mucho más perceptible, si no, el efecto se queda en nada.

Como siempre, la respuesta más sencilla es, probablemente, la correcta. Lo que tenemos aquí son tests de software. Nada más y nada menos que robots probando su velocidad para realizar transacciones, factor clave a la hora de competir en esto de la inversión robotizada. Es la idea menos excitante de todas, y por lo tanto, con más visos de corresponderse con la realidad. Sin embargo, se ven pocos comentarios en el artículo original que hagan referencia a esto. ¿Por qué siempre pensamos primero lo complicado?

2. Tecno del bueno.
Es ya la hora de dormir y mientras hago zapping me encuentro con un canal de "música" donde no hacen más que poner Dance cutrón. Estoy a punto de cambiar cuando, de repente, de no se sabe donde, aparece en pantalla un video con un estilo que solo puede denominar como Tecno Clásico. El tecno no es mi estilo favorito, pero hay que reconocer el buen gusto y la elegancia de estos autores. Se hace un homenaje a una cierta época ya perdida. La realización del video me parece soberbia, transmite algo del misterio de la perversión. Me he quedado muy satisfecho con él y a veces lo veo en el Youtube. Es increíble que la música popular haya llegado a un nvel tan bajo, que acabe echando de menos un estilo que nunca fue el mío. Aunque hay canciones de Depeche Mode que me parecen francamente atractivas, está claro que en otra época lo habría denigrado como Tecno-gay. Pero ahora me parece una cosa muy elegante y estimable. El grupo se llama HURTS y el tema es "Better than Love".



Un aviso a Lady Gaga: Menos es más... ¿Cuándo te vas a enterar? Jodido travesti.

sábado, 31 de julio de 2010

El envoltorio sí es importante

Saludos, terrícolas. Dicen que lo que no te mata te hace más fuerte. Bueno, lo decía Nietzsche y lo ponía al principio de Conan el Bárbaro así que tiene que ser cierto. Por eso, y tras mi terrible accidente, no es de extrañar que vuelva a postear, y que esta vez le dedique mayor ahínco y frecuencia. Desde ahora tendréis que soportarme semanalmante.

Otra sobre cine. Esta vez hablaré de un tema muy polémico: La gran animadversión que despierta entre el público M. Night Shyamalan. Ha llegado a extremos inenarrables. El mantra de "Shyamalan es peor que Uwe Boll" reverbera en las oscuras profundidades de los foros, mientras que los mas abyectos trolls se frotan las manos. Sus defensores dicen que no es más que un meme de Internet. Una idea "inyectada" por oscuros poderes en la mente colmena del populacho que se retroalimenta a sí misma.

En realidad no hay que ser tan paranoico. No hay tal conspiración. La explicación de tal fenómeno es muy razonable, aunque he de reconocer que el asedio a esta persona es de tal magnitud que sí creo que hay un poco de eso: Costumbre y casi tradición en su acoso y derribo. Ha llegado hasta tal punto, que su última película tiene unas puntuaciones anormalmente bajas. Y cuando digo anormalmente bajas, me refiero al cero absoluto: Ese lugar de la temperatura al que es físicamente imposible llegar. Así de mal están las cosas.

En mi opinión se ha llegado a un estado de predisposición negativa de proporciones infernales. Los dos antivalores percibidos en Shyamalan, la incompetencia y la arrogancia ya son icónicos. Son indisolubles e inseparables de la persona que los ostenta dentro del imaginario colectivo. Este mal sentimiento se palpa en la sala de cine, en el justo momento en que se enciende el proyector, lo cual crea prejuicio.

En realidad, y esto para el espectador de un cine más heterogéneo es bastante obvio, no es extraordinariamente malo ni de lejos. De hecho, no tengo tapujos en afirmar que es hasta bueno. Lo que hace él no es muy distinto de lo que hicieron los autores de The Host, The Mist o si me apuran, de El Caballero Oscuro: Son vehículos narrativos que tienen un envoltorio comercial, en el que se mantiene al público entretenido con "fenómenos", donde si otro tipo de público busca
algo un poquito más profundo, tal vez lo encuentre. Eso sí, hay que rascar.

Es un tipo de cine muy difícil de hacer. Que muchos intentan pero a pocos les sale. The Host es una película de un monstruo, en apariencia, donde se nos hable de otras cosas: La sociedad coreana y de la familia. The Mist es una película, también de monstruos, donde se nos habla de debilidades humanas muy serias, siempre relacionadas con el miedo. El Caballero oscuro es una película de superhéroes donde el tema subyacente está relacionado con la política, el estado de
derecho y el mantenimiento del orden. Este cine es extremadamente complicado de llevar a cabo porque puedes fallar en tres aspectos:

- Podría ser que el componente más superficial, que atrae masas de espectadores, no agrade al público en general. Esto implica riesgo de fracaso comercial. Es habitual caer en este problema cuando el director recurre a "licencias" detalles que sirven para transmitir el tema subyacente pero que no cuadran con unas ciertas "concepciones" de verosimilitud.

- Podría ser que el vehículo funcione bien, pero el tema subyacente no llegue a quien tiene que llegar. Ejemplo: Hasta que no tuve uso de razón (o sea, más de 25 años) no entendía la crítica salvaje y la ironía que siempre acompañaba a las obras de Verhoeven. Yo solo veía robots.

- Puede que ocurran los dos anteriores a la vez. La única mánera de disfrutar de la película sería con una enorme dosis de buenas intenciones, de actitud positiva.

El problema de Shyamalan tiene mucho que ver con el primer punto. Y en ocasiones, incluso con el tercero.

Shyamalan ha utilizado una fórmula que, al parecer, ha cansado al público general. Ellos buscan en el cine nada más que un carrusel de emociones. Este tipo de público siente rechazo ante detalles de la película que no se amolden a ciertas expectativas. Si bien es cierto que estos detalles se cuidaron al máximo en su primer éxito, El sexto sentido, resultando en una satisfacción total por parte de la audiencia, no se puede decir lo mismo de sus siguientes obras. En ellas estos detalles se fueron descuidando progresivamente. Permitiéndose licencias que, a ojos de aquel que sólo ve lo que es visible, resultaban aborrecibles e incoherentes.

Desde el punto de vista de un público minoritario, que ve más cine y de más variedad, esto no son más que detalles insignificantes, y las obras de Shyamalan tienen más contenido del aparente. Un contenido que se puede consumir y disfrutar perfectamente porque no es malo. Pero me temo que esto no le basta a Shyamalan para hacer lo que hace. Si quiere seguir llegando al gran público, tendrá que trabajar muy duramente. Si no lo hace deberá abandonar esta ambición y realizar obras que no dependan de esa exigente taquilla. Esto implica hacer un cine diferente del que hace ahora, con un presupuesto y unas expectativas económicas muy inferiores.

Para arreglar toda esta tendencia negativa necesitará hacer primero política, y luego trabajar en su cine de otra manera. La política la tendrá que realizar mediante actos de contricción públicos, para limpiar su fama de arrogante. No hace mucho, un ciclista tuvo que dejar ventaja a un rival en el tour de Francia para compensar una maniobra percibida como antideportiva por el público, a pesar que no hay ninguna regla ni explícita ni implicita que prohibiera tal práctica. El perjuicio de la imagen estaba en juego, y tuvo que hacer un movimiento que es puramente de cara a la galería, pero que necesitaba para continuar su carrera sin ser masivamente vilipendiado.

Cuando se llega a un público tan amplio no queda más remedio que jugar esta carta de la política. Y a Shyamalan ya le toca. Si no lo hace, corre el peligro de que lo que, de momento, parece un meme de Internet se convierta en una realidad en taquilla. Y no sé si para entonces podrá remontar el vuelo, porque los productores no tienen miramientos.

Sobre el tema de cómo hace su cine: Está claro que deberá ponerse en las botas del público y tratar de entender qué es lo que no les gusta. Si lo hace, enseguida comprenderá de que se tratan de detalles inanes, cási puramente técnicos.

Por ejemplo: Puede que "Señales" nos hable de la recuperación de la fe en circunstancias adversas, pero para el público palomitero, que solo está pendiente del suspense que supone ver a una familia defendiéndose de una invasión alienígena, es una decepción gigantesca comprobar que el extraterrestre es "chapucero". Que no parece més que un hombre con unas mallas verdes. Curiosamente está hecho por ordenador, pero se ha usado de la forma menos espectacular posible.

Que a lo mejor Shyamalan quisiera con ello rendir homenaje a esas peliculas de Serie B de los cincuenta eligiendo esa estética tan sencillota, es algo que escapa totalmente a la compresión de millones de personas que solo se fijan en la corteza. Desde su punto de vista, pagar 7€ por efectos digitales que te devuelven al pasado no es razonable. Si quiere que toda esa gente siga pagando dinero por ver su película, deberá satisfacer sus demandas básicas.

Ahora bien, si tiene orgullo y cojones harà lo que yo le recomiendo ahora mismo, en contradicción total con todo lo anterior: QUE LES DEN POR EL CULO Y SE LA CHUPEN A MICHAEL BAY, QUE ES LO QUE LES GUSTA.

viernes, 23 de julio de 2010

Pongámonos Cerebrales con el Cine

Después de un año en coma profundo, resultado de un accidente de caza, y con mis capacidades mentales casi recuperadas, me siento por fin con fuerzas para postear de nuevo en este patético blog.

Entre las pocas actividades lúdicas que realizo en mi ocupado tiempo se encuentra el de visionar películas. Es habitual, ultimamente, que además me interese por los entresijos de esta forma de entretenimiento tan popular. Hablar y leer sobre cine es otra de mis actividades, derivada de la primera. Suelo pasar por la inquietante experiencia de leer críticas de películas. Es una buena manera de comprobar que aquello de que cada mente percibe el mundo de forma distinta es verdad. O casi.

Esta mañana, después de ver un película que me ha parecido estimable, pero cuyo título no revelaré, he decidido practicar el arriesgado deporte de leer críticas en mi sitio habitual, del cual tampoco revelaré la dirección. Curiosamente la búsqueda por título en ese sitio ha arrojado dos resultados: Dos críticas para la misma película... Completamete opuestas.

La crítica negativa me ha llamado la atención como ejemplo perfecto de los síntomas que padecen los que no encuentran buena una pelicula (que es legítimo). Se puede hacer una lista:

1. Desde el principio, no le engancha, le parece que tarda mucho en entrar en materia.
2. Cree que la mayor parte de las escenas son de relleno.
3. Le da la impresión de que está llena de pequeñas incoherencias.
4. No tiene verosimilitud.
5. El final es previsible.

Curiosamente, antes de leer la crítica negativa, yo ya tenia una lista análoga en la cabeza de lo que me gustaba de esa película.

1. El principio de la película te presenta los personajes en su rutina habitual para que conozcas sus personalidades y empatices con ellos.
2. Los personajes se enfrentan a una situación terrible, pero esa situación es un MacGuffin. Lo realmente importante es como reaccionan los personajes ante lo que se les presenta. Es un retrato de la humanidad.
3. Este drama es un vehículo para explicar algo más importante que la mera sucesión de unos hechos. Los fenómenos no importan. Importan las reacciones humanas.
4. Al ser un vehículo para explicar algo de mayor orden, el autor no ve necesario el realismo. Esto no es un documental. Las reacciones exageradas de los personajes estan hechas así adrede.
5. El autor da pistas sobre como va a acabar la película. Lo hace aposta y lo hace bien. Y lo hace así para dejar un sabor de boca muy concreto al espectador

Bueno, la conclusión es que la película me gusta precisamente por las mismas razones que se citan en la crítica negativa como reprochables. ¿Qué ocurre aquí?. Primero hay una situación inevitable: Como he dicho antes dos mentes no tienen porque percibir lo mismo ante el mismo estímulo. Pero también me ha dado por pensar algo más extraño y llamémosle así: Biológico.

La cuestión de porque las películas "enganchan" a unos espectadores y a otros no, (esto es una ley fundamental, ya que es imposible que guste a toda la pobalción en su totalidad) se me antoja de forma más científica como una indisposición del cerebro.

Me explico: Para realizar ciertas actividades intelectuales, el cerebro ha de adoptar unos ritmos concretos. Las ondas cerebrales son la "firma" de estos estados particulares. El cerebro no emite ondas con la misma frecuencia siempre. Dependiendo de si dormimos o estamos conduciendo o leyendo un libro o ametrallando afganos, las ondas cerebrales cambian. Cuando la frecuencia no es la adecuada para la actividad que estamos realizando ya estamos hablando de una posible disfunción, con lo que la actividad no puede llevarse a cabo correctamente.

Tengo la intuición (no es ni una hipótesis) que en un estado mental favorable, el autor de la crítica negativa que he resumido sí que habría apreciado la película. Comprobar este principio no está en mi mano, así que he buscado en Internet la inverosímil asociación de conceptos neurociencia y cine. Y he obtenido resultados, que tal vez no tienen mucho que ver con lo que buscaba, pero que son igualmente singulares.



Lo que véis arriba es una representación gráfica del grado de "control" sobre el espectador que tienen ciertas obras fílmicas. Cuanto mayor es la barra, mayor intencionalidad por parte del director por hacer discurrir las mentes de los espectadores por caminos concretos. Cuanto menor es la barra, más libertad para el espectador para interpretar la obra.

Este es una de los resultados de una investigación realizada por la Universidad de Nueva York, dentro de una serie de artículos científicos que aplican las ciencias de la mente al cine. La gráfica anterior fue producida haciendo escaneos cerebrales de muchos voluntarios durante el visionado de ciertas obras audiovisuales.

La barra verde corresponde al episodio Bang! Youre Dead (1961) de la serie de TV de Alfred Hitchcock. Tiene la puntuación más alta. Eso significa que la ciencia confirma lo que ya sabíamos: Que Alfred Hitchcock era un excelente manipulador de mentes. La barra azul representa El bueno el feo y el malo (1966) de Sergio Leone. La habilidad de este señor para captar la atención del espectador sobre detalles concretos de cada plano queda también perfectamente cuantificada, ya que en un resultado paralelo ha éste, se muestra como la mirada del espectador siempre se posa en los mismos puntos de la pantalla. Justo donde a Sergio le conviene, supongo.



La barra roja es un episodio de Curb your enthusiasm, de Larry David. Supongo que la habilidad como director o narrador queda un poco al margen cuando te centras más en los diálogos cómicos. Finalmente, el último de todos, la barra naranja, viene a ser una muestra de control. Es una grabación casera de la calle, realizada por lo propios autores del experimento. En esa grabación no hay ninguna narración y, por lo tanto, ninguna dirección, por lo que la atención del espectador no es controlada, si no que es libre de interpretar las imágenes como quiera.

Esto último es la clave del experimento. Se trata de comprobar que, en una determinada población de espectadores, sus escáneres cerebrales se parezcan entre sí. Cuando más se parezcan, cuanta menor sea le desviación, eso implica mayor homogeneidad de pensamiento. Eso es lo que indican las barras. Las mentes más "controladas" perciben la película de forma más parecida entre ellas. Mientras que las menos sujetas a esta conducción permiten interpretaciones más variadas de lo que ven.

Las implicaciones pueden ser interesantes, aunque siguen sin resolver mi duda principal: Si la condición mental del espectador ha de mostrar una predisposición especial para tragarse lo que ve. A mí, muchas veces, no me basta ni con una buena actitud.

Artículo original
Diario de artículos científicos sobre Neurociencia y cine

Hay que pagar para leerlos todos, a ver que creíais.